Deshójame




Las caducas eran las que caían de los árboles en otoño.
Cuántas tardes, con palmetazo incluido, pasábamos delante de las hojas, de las del libro y de las de la rivera, tratando de comprender los misterios de la vida a través de un árbol.
Hojas eternas y hojas efímeras que se desprendían tras sentir el más ligero viento. Qué difícil, tan tiernos, entender por qué la naturaleza brindaba eternidad a determinadas hojas. Todos aquellos descubrimientos los apretujábamos en nuestra pequeña cabeza deshojada, sin saber lo mucho que todo aquello tenía que ver con la existencia.

Eran días en los que el enojo con frecuencia nos sacudía, y mucho, porque no teníamos opción para elegir la ropa: el humilde colegial no tenía perchas en el ropero y tampoco agallas para protestar. Entre las rayas azules de las enormes batas blancas, nos tenían que durar unos cuatro cursos, sólo destacaba el rubio que hacia raya entre tanto morenito desdentado y el brutote, que siempre reventaba el inmaculado uniforme.
El invierno llegaba cuando, a través de megafonía, en el aula irrumpía la voz carrasposa del hermano Pedro, que fiel a su cita, nos avisaba de la obligación de alargar las alegres mangas cortas. Luego, a vuelta con las estaciones, celebrábamos la puesta del uniforme de verano con el aire renovado de las primeras salidas a la explanada de tierra arenosa y los primeros dibujos de mercromina, en codos y rodillas.
Y ocurría que casi nunca pasábamos de curso con la misma bata, que al primer cambio de estación se había llenado de pelotas y un poco más tarde había cedido protagonismo a las relucientes coderas de skay azul marino, que hacendosamente zurcían nuestras madres.

Ahora nadie, ni siquiera los meteorólogos que nos ilustran por las distintas televisiones, aciertan a cambiarnos el atuendo cada estación. Cada año el invierno está más cerca del verano y las hojas…
Las hojas del calendario caen más rápidas, cada vez más rápidas.

Ayer anduve media hora pisando charcos pero mis sandalias no se mojaron. Ayer fue un día de los de pasar hoja.


"Relatos para leer en tres minutos. Luis del Val"

Ediciones Sallent de Gállego. 2005
Reservados todos lo derechos