LA CORRECCIÓN POLÍTICA EN LA LITERATURA

El mes de enero se nos va deslizando entre dieta post-navideña para arrancarnos los excesos de la cintura, noticias varias sobre la crisis, otras sobre la cuesta de enero (sí, todavía se habla en los medios de la famosa cuesta de todos los años), la ley Sinde por aquí y por allá, la ley antitabaco y los bares insumisos, más una noticia que leí hace ya unos cuantos días y a la que todavía estoy dando vueltas.

El día 5 se hablaba en El País (aquí el enlace) de una nueva edición de Las aventuras de Huckleberry Finn, que va a sacar una editorial de Estados Unidos en versión políticamente correcta. Quiere decir esto que han sustituido la palabra despectiva “nigger”, que aparece en el texto 219 veces, por la de “esclavo”. Y han hecho lo mismo cambiando “injun”, otra palabra despectiva, por “indio”. O sea, que ahora Huckleberry Finn ya no huirá por el río Misisipi en compañía del Negro Jim, o Nigger Jim, como le llaman en la versión inglesa, sino con el Esclavo Jim. Si se tratara de una novela actual ya me parecería una iniciativa discutible, pero si tenemos en cuenta que fue publicada por primera vez en 1884 y la acción se desarrolla cuando en Estados Unidos todavía existía la esclavitud, me da la impresión de que a Mr. Alan Gribben, profesor de la universidad Auburn (Alabama) y responsable de esta nueva edición, le patina ligeramente el embrague en su afán de meter la tijera por las buenas.


Porque digo yo que si ahora nos pusiéramos a expurgar a todos los clásicos de aquellas palabras despectivas que hemos ido eliminando de nuestro lenguaje – aunque, por desgracia, no hemos apartado de nuestras mentes los prejuicios que expresaban esas palabras -, no va a quedar ninguna obra sana. Si quisiéramos cambiar todo lo que nos suene a racista, machista o xenófobo, tendríamos que revisar – y de paso destrozar – infinidad de escritos que han resistido el paso del tiempo por muchos méritos. ¿Qué dejaríamos de la obra de un Celine, por ejemplo? ¿Cómo llamaríamos ahora a Otelo, el Moro de Venecia? ¿Sería Otelo, el magrebí? ¿Es que no somos capaces de leer las obras clásicas situándolas en el contexto histórico (y personal) en el que fueron escritas? ¿Tan difícil es comprender que la vida y la mentalidad de una persona del siglo XIX, del siglo XVIII, de la antigüedad, o incluso de hace tan sólo treinta o cuarenta años, no tiene nada que ver con la de este siglo XXI en el que nos la cogemos con papel de fumar (con perdón de la expresión, que seguro que habrá quien la tilde de políticamente incorrecta)? Si cambiamos a nuestro antojo las novelas que reflejan cómo se vivía y se pensaba mucho antes de nuestro paso por el mundo, aparte de que las dejaríamos irreconocibles y descafeinadas, nos cargaríamos sus virtudes literarias, el mérito de reflejar la sociedad de su tiempo y muchas cosas más. No sé, lo mire como lo mire, a mí esta clase de revisiones me parecen una masacre literaria.


A veces, pienso que no somos más tontos porque la pereza nos impide entrenarnos, pero estoy segura de que si entrenáramos, llegaríamos a lo más alto. ¡Uy, qué reflexión más políticamente incorrecta me ha salido!


(La fotografía reproduce la portada de una edición de Penguin Books)