SUSPIRANDO



Suspirando, cogí otro cigarro. Las colillas ya se amontonaban en un irónico monumento a los minutos robados.

El whisky también bajaba alarmantemente, y las horas pasaban, lentas, riéndose en mi puta cara.

¿Qué estaba pasando? ¿por qué me pasaban a mí esas cosas? La respiración me faltaba, y hasta las paredes me parecían extrañas, como carentes de sentido, sin ese sentido que su aroma, el de ella, les daba. Nunca antes había bebido tanto whisky mezclado con lágrimas. Ni siquiera me preocupaba de apartármelas de la cara para que no cayeran al vaso. ¿Qué más daba?

Y la noche seguía, negra, triste, melancólica, cómplice de nuestros secretos, nuestros mágicos y maravillosos momentos, vástagos de meses llenos de vida, acciones maravillosas, y futuros gloriosos, que lentamente se iban por el desagüe, junto con mi sangre, coagulada de tanto alcohol y de tantas pastillas.

Era curioso ver cómo todo se puede ir a la mierda en nada de tiempo. Cómo todo aquello por lo que luchamos, y luché con toda mi alma, desaparecía con el humo de mi cigarro. Tantas promesas... Sueños... Rotos. Rotos como mi corazón, que cada vez que sentía algún antiguo recuerdo o sensación donde rebosaran sus risas, las de ella, se rompía otra vez, y otra más, haciendo insoportable el dolor que ya me entumecía los brazos, esos brazos que ya quizás no volverían a abrazarla, o a acariciar su suave piel, esa piel que era toda mi vida, toda mi razón de existir. Era curioso ver cómo todo perdía el sentido, la vida, el día a día, hasta la más ínfima cosa me parecía grotesca y detestable, hasta levantarme cada mañana era ahora imposible...

Si al menos ella estuviera a mi lado…

Y con un suspiro, bebí otro trago de whisky combinado con lágrimas.


Luis Asenjo Robles