El chivo expiatorio (sacer hircus)



Geórgicas, II, vv. 371-396.


Hay también que levantar los setos y el ganado
tenerlo recogido si la fronda es tierna
y aún poco sufrida, pues pueden maltratarla,
amén del sol potente y el invierno crudo,
las cabras testarudas y los toros salvajes,
y pastar la oveja y la voraz novilla.
Los fríos que se cuajan en la escarcha cana
o el calor que cae sobre peñascos secos
no la ofenden tanto como esos rebaños,
el veneno del diente duro, la cicatriz
que queda en el tronco mordido. Por tal crimen
se inmola en altares de Baco al cabrón
y suben a escena las sátiras antiguas,
y la estirpe Tesea entregaba el trofeo
por pueblos y aldeas a hombres de talento,
y entre copas de vino, sobre grasientos botos,
en muelles praderas eufórica saltaba.
Y entre los Ausonios, que vinieron de Troya,
también con versos malos y risas desatadas
juegan los campesinos, y horrible careta
se ponen de cortezas vaciadas, y a ti, Baco,
invocan con su canto alegre, y en tu honor
del alto pino cuelgan figuritas de vellón.
La viña entera desde entonces se hace moza
y los cóncavos valles y los bosques profundos
se cubren con sus frutos generosos, y allá
doquiera que el dios vuelva su noble cabeza.
Y así cantaremos, como manda el rito,
a Baco himnos nativos, y le honraremos
con páteras de ofrenda y con pasteles; de pie,
traído por un cuerno, estará junto al altar
el chivo expiatorio y nosotros asaremos
          sus vísceras untosas en llandas de avellano.