Albada 255





COSAS

(28 de agosto de 2011)

Para no variar me he despertado hoy también al amanecer y con unas ganas horribles de llorar, pero ni se me humedecen los ojos. No sé el porqué, quizás para aguantar un poco más en la cama y no dar muchas vueltas (por nada del mundo quisiera despertar a Nuria que como siempre duerme como una bendita), pero he empezado a pensar cosas absurdas. En lo que echarán hoy en la televisión por ejemplo. En que se irán los suplentes y volveremos a ver la cara de los viejos presentadores de Las Noticias otra vez. Bueno viejos no, porque cada vez son más jóvenes, más guapos y afortunadamente más mujeres… pero yo ya me entiendo: me refiero a eso de tener de nuevo a la hora de comer en el televisor el rostro, no diré amigo, sino familiar que es más exacto, ese que igual te cuenta la última reforma en el Congreso que el penúltimo atentado… y mientras tanto tú con la comida en la boca y las prisas…¡otra vez las prisas!. Lo de empezar a ver pasar los anuncios de los coleccionables es otro “síntoma”. Siempre aparecen ahora, no falla. Este año el que más me gusta es ese del “dos caballos”, aquel modelo Chaleston negro y granate que de joven no me hubiera importado tener (siempre he sido un poco “retro” lo reconozco). Claro que si me decido me pasará como tantas veces, que empezaré con tres o incluso cinco fascículos y la maqueta se quedará sin terminar, pronto me cansaré… ¡no tengo yo mucha vocación de coleccionista!... ya lo decía mi madre: hijo lo que a ti te pasa es que eres muy poco voluntarioso y te ahogas en un vaso de agua…¡te falta sangre!. Mi pobre madre, sin embargo, se fue al otro mundo convencida de que había cambiado. El puesto de dirección (necesité tocar a más de un “amigo político”), la casa nueva, este apartamento en primera línea de playa que ella no llegó casi a disfrutar… sí, puedo decir que se fue satisfecha de su hijo al otro mundo… Recuerdo la aplicación con que recortaba y pegaba las fotografías del periódico, esas en las que yo siempre estaba con cara sería… ¡tienes que sonreír más hijo, y mirar de frente, a la cámara, qué siempre sales mirando para otro lado! Aún debe estar el álbum ese por ahí, creo que Nuria lo guardó por algún lado. Decidido, le diré a Pablito que me ayude con lo de la maqueta, quizás entre los dos hasta la terminamos. Luego cuando salga a por el pan y el periódico compro el primer número. Anita vino ayer tan tarde a casa que yo ya estaba despierto. La oí después hablar por el móvil todavía un buen rato… ¡que obsesión con los móviles la de estos hijos! Pero si se acaban de ver y ya se están llamando… no sé yo si tendremos pataletas mañana cuando nos vayamos, para mi que esta vez va en serio, que se ha enamorado… ¡el primer amor y eso de separarse, eso de volver cada uno a su ciudad!…ya sé yo lo que lastima eso, ya sé yo que duele mucho que no soy todavía un viejo… pero bueno, que aguanten, que peor lo teníamos nosotros… aquellas interminables esperas de cartas, las monedas de cinco duros trucadas para que nos costara la llamada más barata… entonces ni móviles, ni twitter, ni papá, porfa, que necesito dinero para este finde que me voy de viaje… Definitivamente le apretaré las tuercas a González. Ese ejecutivillo se cree muy listo, que sabe más que nadie, que manda mucho. Le pondré en su sitio, que sepa quien es el jefe. ¡Estaría bueno!, ¡qué se habrá creído!. Le diré al Ramón que le vigile bien, qué a él eso de ir con el cuento de los demás siempre se le ha dado bien… no aguanto aquí, me levanto de la cama, y estas ganas de llorar pero que no puedo… Luego me daré el último paseo por la playa. Mañana quiero que salgamos pronto para no coger mucho tráfico... esa maldita manía de todo el mundo por volver el mismo día de vacaciones… echaré gasolina al coche esta tarde… le diré a Nuria que nos llevemos hielo… y…

El ruido de la puerta del baño despierta a la mujer pero sólo unos segundos, los justos para darse la vuelta y volver a coger el sueño en el espacio de la cama que acaba de dejar libre su marido. Éste, bajo la ducha, consigue llorar al fin. Afortunadamente el sonido del agua acalla bien el sabor de las lágrimas.