Ahora que vuelven las clases

Desde el principio he pensado que el desfalco que ha cometido Esperanza Aguirre con la enseñanza pública (detraer dinero público para regalárselo a los colegios privados) no ha sido una decisión mal medida sino un astuto reclamo electoral. Aguirre esperaba la reacción masiva del profesorado para practicar con todo el eco posible dos de sus juegos favoritos: el infinito desprecio y las dotes de mando. Son sus bazas electorales. En Madrid, casi el 50% de los escolares ya van a colegio privado, y ha instalado en la población la idea que ahora se propone poner en práctica: reducir la educación pública a pura beneficencia para desposeídos. Ha poblado las calles de Madrid de faldas tableadas y jerséis de pico, y uno, cuando pasea, tiene la sensación de que se ha propuesto uniformar a la España leal desde pequeña. Entre la población inmigrante todavía es más evidente que han tomado el uniforme escolar como marca de clase, no sé si porque vienen acostumbrados a que la enseñanza pública sea un desastre o porque se preparan para que aquí también lo sea, aunque lo más seguro es que sea por un sencillo esfuerzo de dignidad.

            Eso es lo que busca Aguirre, que la enseñanza privada sea la única forma de dignidad, de ser ciudadano de primera. Si fuese liberal, que no lo es, se desvincularía de todos los colegios concertados y reduciría, como sí hará, la enseñanza pública a su mínima expresión. Pero, como no lo es, se dedica a untar escandalosamente a los colegios de curas y monjas con dinero de todos los contribuyentes.
            Su explicación liberal-nacional-católica es muy simple: también los padres que mandan a sus hijos a colegio privado tienen que financiar con sus impuestos la enseñanza pública. Y, en esa tesitura, el que sale ganador es el representante de su propia clientela, de modo que está políticamente justificado prevaricar con dinero público. Su última sonrisa viperina trajo más noticias sobre sus planes, que, matizados o no, significan que dentro de poco el Bachillerato sólo podrá cursarse con mínimas garantías en un colegio de pago. Incluso es posible que lo erradique, y que la enseñanza pública solo comprenda, en malas condiciones, los dos ciclos de la ESO.
            Esperanza Aguirre va a demoler la enseñanza pública porque ella funciona con las cuentas de la vieja, y sabe que si la mitad de los niños van a colegio de curas, sólo hay que tener contenta a una pequeña parte de la otra mitad, de la que lleva a sus hijos a colegio público. Los profesores le traen al fresco. Casi ninguno le vota. Somos, para ella, el voto cautivo de la izquierda, y los responsables de que no se invierta la mayoría sociológica de este país.
            Los conservadores españoles tienen mentalidad de ganaderos. La única razón que encuentran para explicarse que no ganasen todas las elecciones de la democracia es que en la escuela pública se criaban, generación tras generación, ciudadanos educados en valores tan comunistas como la igualdad de derechos y oportunidades. Para ellos la igualdad ha sido prospectiva, no retrospectiva. Nuestra igualdad está en nacer, pero el hecho de que uno lo haga en mejores o peores condiciones no debe contar en absoluto. Ignoran, sin embargo, que la riada de profesores que desde finales de los setenta inundó los institutos había estudiado, buena parte de ella, en colegios de curas, y que en la escuela pública también había estudiado gente como Jiménez Losantos.
            Ocurre justo lo contrario. Hay un sector que necesita la enseñanza pública y sin embargo está de acuerdo con que Esperanza Aguirre la reduzca a cenizas, convierta el trabajo de profesor en algo detestable para cualquier universitario y cargue a los estudiantes con el temprano sambenito de perdedores. La FAES ha debido investigar muy concienzudamente en esta especie de masoquismo social que hace que el resentimiento, el desprecio o la envidia puedan más que la propia dignidad.
            Los métodos son variados: a más de un vecino, cuando me mostró su apoyo en la huelga de profesores, he tenido que explicarle que los recortes en educación no los ha hecho el gobierno central sino el autonómico. No es que sean tontos, es que están sistemáticamente desinformados. Los ciudadanos somos ahora hijos de padres separados, y Aguirre, como las madres rencorosas, cuenta mentiras a los inocentes niños para predisponerlos en contra de su padre ausente. Le basta con hacerles daño a las criaturas y culpar de ello a su padre. Eso es lo que, con un desparpajo que intimida, está haciendo desde hace años Esperanza Aguirre con las clases populares en Madrid, a las que tiene convencidas de que los profesores somos vagos y parásitos, mientras en los colegios de curas los profesores llevan corbata y hay otro ambiente.
            Hace poco pregunté a unos amigos valencianos cuál era el secreto del incontestable poder del PP en aquella comunidad. Cómo era posible que gente con dificultades, para quienes la vida es dura gobierne quien gobierne, pero sobre todo si gobiernan los amos, pase por alto las mentiras, los casos de corrupción y de nepotismo, y comicios tras comicios vuelvan a indultarlos como si fuesen la falla de Campanar, la de los más ricos. La razón, para ellos, estaba bastante clara: a muchos les basta con un signo para sentirse como si fueran ricos empresarios valencianos. Les basta con votar para ser parte de ellos, para presumir de tacón y pisar con el contrafuerte, como se decía antes. O bien les basta con la indumentaria, con que la niña lleve falda tableada, con que todos los amigos del niño sean gente bien, o lo parezcan. Ese cultivo de la presunción lo borda el PP valenciano. Representa ser admitido en la cola de los clientes, de los allegados, aunque nunca jamás vaya a tocarles el turno pero ellos finjan no saberlo.
            Así va a ocurrir en Madrid. Basta con llevar a tu hijo a un colegio de curas, financiado con dinero público, para sentir como si lo llevases a un colegio caro y exclusivo. A fin de cuentas, ni todos los vecinos pueden permitírselo ni a todos los vecinos se les permite la entrada. No es una cuestión de calidad educativa, es una cuestión de clase.

Este artículo se publicó en Diario de Teruel el domingo 25 de septiembre de 2011