Que gire la noria



GROTESCO DE BAR
(Pieza para 4 actores, una viuda de Saramago,
una baronesa Thyssen y la Democracia
en su papel estelar de sí misma agarrada al culo de la Merkel)

El comentarista número Uno del periódico de enfrente entra en el bar llorando a mares envuelto en un retrato electoral del que no se ve la cara pero se adivina el culo. Dentro beben dos ciudadanas, un ciudadano, un eunuco, la viuda y una baronesa.
–Dios mío, dios mío, ¿qué será de nosotros, derrotada la violencia de género? –El eunuco con cara de gato y de nombre Pepito se las sabe todas, acorrala al tertuliano y le seca los mocos. –Dígame, ¿qué será-será?
–¿Pero no se da usted cuenta de que morimos por las inundaciones? –Responde el aludido. –Malo será lo malo, pero estas lluvias son las que verdaderamente nos están matando.
–Claro que sí, que esto de las riadas ya lo dijo el juez de la Audiencia Nacional –la Ciudadana dependiente de la ley de Dependencia que creyó en él, ¡en Él!, necesita decirlo–.¡Todo esto ya estaba dicho, señores, lo sabíamos! Sabíamos…
–Usted tiene la culpa, Ciudadana –le corta la Viuda de Saramago, al borde de un ataque de santidad, y algo elevada–, ¡consumistas, borgianos, vendidos al oro!
–Querida, querida, no se exalte –la baronesa Thyssen interviene alisándose el pescuezo del que pende una reliquia en seda del calzón de monseñor Rouco Varela–, querida el pueblo nunca tiene la culpa.
–Que sí.
–Que no, que caiga un chaparrón.
Y así podrían seguir hasta la náusea, si no fuera porque, agachado entre 
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